Las mujeres ocupan un papel protagónico en la conservación de la naturaleza en todos sus frentes. Algunas de ellas, como la doctora Jane Goodall, han logrado transformar su labor y activismo en movimientos globales. Otras mujeres, como es el caso de la activista ecológica indígena hondureña Berta Cáceres, han pagado con la vida su tenacidad a favor de la protección de la naturaleza.
En Puerto Rico, las mujeres también han ocupado roles protagónicos a favor de la conservación de la naturaleza. Hoy se reconoce, por ejemplo, la labor de la fenecida Haydee Colón, en Caimito, en beneficio de las quebradas y tributarios del Río Piedras, así como la de Sarah Peisch, una estadounidense quien es recordada por la comunidad de Piñones, en Loíza, por su aportación a los reclamos de los residentes por la conservación de la integridad de los ecosistemas de su entorno.
Además de su rol como líderes, las mujeres también componen una gran parte de la fuerza laboral de las organizaciones no gubernamentales dedicadas a la conservación de la naturaleza. En la organización Para la Naturaleza, casi la mitad de la plantilla laboral son mujeres, quienes se distinguen en labores de interpretación, investigación y administración.
De igual forma, durante el pasado año, voluntarias de la organización como Kimberly Meléndez y Venus Páez, son ejemplos de jóvenes con una fuerte vocación científica y educativa, dedicadas a la conservación de la naturaleza a través de investigaciones de campo de la fauna de Puerto Rico.
Una serie de conversaciones con cuatro mujeres que forman parte de la plantilla laboral de Para la Naturaleza revelan cómo se interesaron por la conservación a través del ejemplo de otros y otras. Un padre, una maestra, la familia o el ejemplo de los colegas, fueron quienes inspiraron su toma de conciencia y responsabilidad con la conservación de la naturaleza, tarea en la que se han destacado como ciudadanas y profesionales.
De Naranjito a la costa
Elizabeth Padilla lleva 26 años trabajando en Para la Naturaleza.
Comenzó como intérprete ambiental de la Reserva Natural Cabezas de San Juan, tras completar su bachillerato en biología marina costanera, en la Universidad de Puerto Rico, en Humacao (UPRH). Luego fungió como Superintendente Auxiliar y Superintendente de la Región Este, hasta que fue designada Coordinadora de Proyectos Educativos en el 2015.
Según Elizabeth, uno de los máximos logros de su carrera fue cuando dirigió el proyecto Puerto Rico Brilla Para la Naturaleza “que aglutinaba a tantos sectores, comunidades, empresas, hoteles, comerciantes, residentes, operadores de excursiones, gobiernos municipal y central, Carreteras y la Autoridad de Energía Eléctrica, entre otros, a favor de la conservación, la salud y la prevención de la contaminación lumínica”.
Elizabeth, quien tiene dos hijos, Marieliz (de 19 años) y Omar (de 16 años), cuenta que fueron las “experiencias cuando era niña junto a mi familia y nuestros paseos por la naturaleza, las actividades que despertaron mi interés por la conservación”.
“Luego en la UPR Humacao, cuando conozco el trabajo de las personas dedicadas a la conservación de nuestra ecología, uno aprecia mucho más la naturaleza que disfrutaba cuando niña. Cuando tienes esa toma de conciencia llega el momento de educar, de dar a otros y otras”, añade Padilla.
Elizabeth, cuya preparación académica incluye una Maestría en Asuntos Ambientales, con especialidad en educación ambiental de la Universidad Metropolitana, también ha tenido la oportunidad de aportar en la formación ambiental de cientos de jóvenes que pasaron los Talleres de Inmersión Para la Naturaleza, en Cabezas de San Juan. Un campamento residencial único, donde los jóvenes se sumergen en experiencias educativas, científicas y de liderazgo a favor de la conservación de la naturaleza.
“Cuando los jóvenes y cualquier persona entiende que la conservación es pertinente para sus vidas ocurre un click. Puede que la acción que vayan a tomar sea en su patio, a una milla de su casa, a diez o en otra ciudad o país. En ese momento entiende su lugar en la naturaleza y lleva a cabo acciones para protegerla”, reflexiona Elizabeth.
Custodia de las tortugas marinas
Al igual que Elizabeth, Juliann Rosado es egresada del programa de Biología Marina Costanera de la UPRH. Oriunda de Vega Baja, Juliann tiene la dicha de llevar más de seis años trabajando como intérprete ambiental en las mismas costas norteñas que disfrutaba junto a su padre cuando niña.
Hoy Juliann, quien coordina el programa de voluntarios de monitoreo de tortugas marinas y Mapa de Vida en la Reserva Natural Hacienda La Esperanza, en Manatí, cuenta que su pasión por las ciencias “viene de mis andanzas con mi padre, Manuel Rosado. Él es artesano de profesión, pero siempre ha buceado y de pequeña me llevaba de snorkeling. Nos encantaba ir a la playa para ver la vida marina. Y luego en casa, nos pasábamos horas viendo los documentales de Jacques Yves Cousteau”.
Para el 1999, y cuando aún era estudiante de la UPRH, participó junto a la profesora Lesbia Montero (del programa Sea Grant en la UPRH), de un monitoreo nocturno de anidaje de tortugas marinas durante la temporada de tinglar, en la Reserva Natural de Humacao, donde por primera vez vio un tinglar anidando.
“Quedé impactada. Durante mi último año de universidad trabajé en el programa Sea Grant como educadora ambiental, ofreciendo recorridos educativos a estudiantes en la Reserva de Humacao”, relata Juliann.
Luego de recibir su grado de bachillerato, Juliann se integró como voluntaria al grupo comunitario Yo Amo al Tinglar, dedicados a la conservación de las tortugas marinas en el litoral costero que discurre entre los municipios de Vega Baja y Barceloneta.
Desde el 2015 coordina el programa de voluntarios de monitoreo de tortugas marinas en la Reserva Natural Hacienda La Esperanza, donde ha compartido momentos muy gratificantes con los participantes e incluso miembros de su propia familia.
“Mi esposo, mis padres, hermanos y otros familiares han observado el proceso de excavación de nidos y liberación de tortugas, una experiencia que les ayuda a entender de primera mano la importancia de conservar estas especies. Incluso Ainara Lucía, mi hija de seis meses y medio, vio la liberación de un nido de carey que eclosionó en una playa de Hacienda La Esperanza, mientras me acompañaba en una jornada de monitoreo”, cuenta emocionada.
Entregada a la educación
Luz Morales Sáez trabaja hace 14 años como intérprete ambiental en el Área Natural Protegida Hacienda Buena Vista, en Ponce. Sus estudios universitarios fueron en el recinto ponceño de la Universidad Interamericana, donde completó su bachillerato en Ciencias Ambientales.
Cuando Luz comenzó su carrera universitaria quería terminar un grado en educación. Sin embargo, luego de comenzar a trabajar en Para la Naturaleza, decide cambiar su rumbo de estudios y se traslada al departamento de Ciencias Ambientales.
“Mi forma de pensar cambió. Mi estilo de vida. Tomé una conciencia mayor de cómo consumimos, de cuánta basura podemos generar y comencé a hacer cambios en mi vida cotidiana. Toma tiempo, pero poco a poco uno reduce su huella y va dando el ejemplo, y la gente te emula. Hay que dar el ejemplo a nivel personal y colectivo”, explica Luz, quien tiene entrenamiento como intérprete en lenguaje de señas y coordina los proyectos de viveros escolares que Para la Naturaleza tiene en alianza con la Escuela Superior Thomas Armstrong Toro, en Ponce, y la Escuela Elemental Pedro A. Colón, en Juana Díaz.
Luz también labora en el proyecto de Reintroducción del Sapo Concho, una especie nativa en peligro de extinción, en el Área Natural Protegida Cuevas Convento en Guayanilla, así como en el monitoreo de la Guapa (Dracontium polyphyllum), una planta rara que se encuentra en Hacienda Buena Vista, clasificada en estado crítico.
De voluntaria a líder de voluntarios
Miriam Toro apenas lleva 3 años y medio trabajando como coordinadora del programa de voluntarios de Para la Naturaleza, sin embargo, su trayectoria comenzó cuando tenía 15 años y era voluntaria en tareas de conservación mientras estudiaba en la Escuela Superior de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
En la UPR también completó un bachillerato en Ciencias Ambientales, estudió lenguas extranjeras, particularmente alemán, y acaba de completar su maestría de Michigan State University en Manejo de Pesca y Vida Silvestre.
Aunque fue durante su adolescencia cuando dedicó más horas voluntarias a la conservación, Miriam cuenta que el interés por las ciencias y la naturaleza fue producto de la influencia de Jessie Fernández, su maestra de quinto grado y quien también es espeleóloga.
“Cuando estaba en la escuela elemental me ayudó a hacer un proyecto sobre la percolación del agua en una cueva. Fue ella quien me puso en contacto con la Fundación de Investigaciones Espeleológicas del Karso Puertorriqueño. Me alié a ese grupo ¡y desde entonces estoy metida en cuevas! Pero fue Jessie, con quien todavía hablo de vez en cuando, quien me hizo conocer las cuevas y que despertó en mí el interés por hacer trabajos de expedición e investigación a favor de la protección del karso”, cuenta con orgullo.
Durante su coordinación del programa voluntarios Para la Narturaleza, la cantidad de participantes ha ido en aumento, de 4,400 en el 2015 a 6,480 en el 2016. Cuando no está sumida en labores de coordinación, Miriam dedica su tiempo a compartir con su hija de cuatro meses, Kamila Rosario Capkowá y su esposo Radim, un simpático checo amante del regaetón y con quien administra un pequeño negocio de panedería artesanal.
Sin embargo, para Miriam su labor es “ser una facilitadora, potenciar las alianzas entre los voluntarios y los intérpretes en los trabajos de conservación y poder seguir haciendo algo en el plano personal y profesional que me apasiona, poder transmitirlo y compartirlo con los demás: la responsabilidad de conservar nuestros recursos naturales”, explica.