Por Joanny Lozada
Especial para la Revista Atabey
El pasado jueves, 30 de julio de 2015, alrededor de 96 personas, entre estudiante y padres educadores en el hogar del grupo de apoyo Casa Escuela, nos dirigimos con afán a participar de una de las experiencias más hermosas y conmovedoras que cualquier persona pueda experimentar: ver eclosionar un nido de la tortuga más grande del planeta, el tinglar. Esto fue como descubrir un tesoro.
La actividad fue organizada por Chelonia, organización sin fines de lucro que se dedica a la educación y protección de las tortugas marinas. La actividad fue en la playa del pueblo de Dorado. Allí el personal de Chelonia se encontraba desde casi el mediodía recibiendo a las personas ya que esta actividad es bien concurrida. La entidad solo pide un donativo de $1.00 que incluye un par guantes para poder tocar los huevos y las tortuguitas. Si las personas desean adoptar simbólicamente una tortuga pueden hacerlo por $20.00. Esta aportación incluye: una camiseta, botella de agua, guantes y un certificado de adopción, bien significativo para los niños, y además aportas a la causa.
El día estaba hermoso, el paisaje espectacular, ya a las 4:10 los tres primeros grupos salimos en fila con un líder cada uno. Nuestro grupo fue el tercero y nos asignaron el nido 80, este estaba a unos 45 minutos de camino. Caminamos por la orilla de la playa ya que no debíamos pisar la arena seca, según nos explicaron, dejaríamos huellas que podrían provocar que si un nido abre por casualidad y salen las tortuguitas ellas al caer en las huellas se podrían voltear y no se pueden enderezar solas y morirían por el sol u otro depredador. En el camino vimos diferentes aves marinas: un gran pelícano, tijeretas, gaviotas, las hermosas dunas y un disfrute placentero de las olas en nuestros pies.
Llegamos al nido. Exactamente caminamos 45 minutos. Nos lideraban dos chicas. El nido estaba en una duna bastante arriba. Mencionamos lo increíble de cómo la tortuga madre llegó hasta allí. Las líderes subieron primero y crearon un perímetro para ubicarnos. Luego comenzaron a escavar en el punto marcado. Luego de un rato, cuando ya había excavado unos dos pies de profundidad, comenzaron a sacar huevos pequeños como de una pulgada de diámetro. Ella nos explicó que eran huevos falsos para engañar a los depredadores y controlar la temperatura del nido. Al meter la mano nuevamente, ¡saca la primera tortuguita! Estaba envuelta en arena húmeda. Todos gritamos de alegría. Como cuando un niño sale del vientre de una madre. Fue realmente impresionante.
Luego la tortuguita fue colocada en otro hoyo que la otra líder había hecho y ahí la tortuguita luchaba por salir, bien hiperactiva y fuerte. La voluntaria continuó excavando y encontró varios huevos falsos y huevos reales no fecundados. Hubo uno que sí eclosionó pero que la tortuga estaba muerta. Eso nos causó mucho sentimiento y tristeza. Ya después de tanto excavar, sacó varias tortuguitas. En total fueron seis. Fue todo un parto. Ellas colocaban los huevos falsos y los no fecundados en grupos para contabilizarlos, lo que sumaron un total de 72 huevos falsos y 35 reales no fecundados. Nos explicaron que la tortuga pone alrededor de 100 huevos por nido. La tortuga visita el mismo lugar cada 10 días para poner huevos durante la temporada que dura un año. Luego regresan cada dos años.
Luego de apreciar a los recién nacidos, tomarles fotos y compartir con la nueva familia, nos dirigimos nuevamente al punto de encuentro para ver la partida de las tortuguitas al mar. ¡Todos nos peleamos la primera fila! La experiencia fue impactante para los niños, ya que esto influye en su desarrollo emocional y espiritual. Y no solo para los niños, sino para los padres aún más que podemos interpretar el proceso de la vida en tan solo un par de horas. Para mí fue muy emocionante ver cómo nace un hijo y que tan rápido fue caminar desde el nido donde nació y se crio hasta el punto de partida, y ya lo tienes que dejar ir, precisamente frente a un mar de probabilidades, lleno de peligros, de lucha, de sobrevivencia, de logros, de batallas; pero sabiendo que nuestra bendición y los valores que inculcaste en ellos los protegerán y los llevarán tan lejos como quieran. Toda una lección de desapego, pero siempre la tendremos en nuestra mente y en el corazón.
La autora es mamá educadora en el hogar.