Cuando te hablan de un humedal o lo ves desde lejos, no es lo mismo que adentrarse en él con el agua hasta las rodillas. Cuando te describen el ecosistema de un manglar o un salitral o ves fotos de estos lugares, es diferente a enchumbarse los tenis y los pantalones mientras caminas aguas adentro observando las especies que en él habitan.
Como periodista ambiental y ciudadana amante de la naturaleza, he tenido la oportunidad de visitar varias reservas naturales, bosques y áreas costeras relacionadas a humedales, pero pocas veces he tenido el chance de caminar a través de zonas anegadas que son el hábitat de peces, anfibios y otras especies de flora y fauna.
La semana pasada fui invitada por la organización Para La Naturaleza para hacer un recorrido por el humedal de la Reserva Natural Hacienda La Esperanza, en Manatí, hasta la costa, con un grupo de periodistas y blogueros. Fue una mañana de total conexión con la naturaleza e inmersión. Fuimos guiados por Alcides Morales, intérprete ambiental de la reserva, durante unas cuatro horas, quien nos explicó en detalle la importancia de la conservación de estos ecosistemas naturales.
A pesar que usamos nuestros teléfonos y cámaras para captar las bellezas que nuestros ojos veían, esos aparatos pasaron a un segundo plano, pues la experiencia de tocar, oler, ver y palpar la naturaleza presente, era mucho más importante e interesante. No es para menos, si en nuestro diario vivir estamos acostumbrados a la rutina que nos aparta de las áreas naturales y nos sumerge en las paredes, la calle y la tecnología.
Mientras escuchábamos el canto de la reinita común, el pájaro carpintero, y la melodía de la reinita de labio blanco y el coquí común, y observábamos una bandada de golondrinas de cuevas revolotear arriba nuestro, Morales nos explicó que la presencia de todas estas especies indica la salud del ecosistema. “Escuchar muchas diversidades de aves nos deja saber que este ecosistema es saludable, un ecosistema rico en vida”, mencionó el biólogo.
Durante el recorrido observamos y conversamos sobre las diferencias de los cuatro tipos de mangle: rojo, blanco, botón y negro. También conocimos la diferencia entre un humedal palustre y un salitral. El primero es de agua dulce y en el segundo abunda el agua salada. Recorrimos el hábitat del juey común y aprendimos que es uno de los alimentos favoritos de la yaboa común. El intérprete explicó que en reservas naturales como La Esperanza la pesca del juey común está prohibida, para asegurar que las poblaciones se mantengan. “Lugares como este son viveros de jueyes para que luego repoblen y se muevan a otros lugares donde son muy pescados”, mencionó.
Más adelante, luego de recorrer una buena parte del camino sumergidos en agua, llegamos al Caño Boquilla, que desemboca en la playa con el mismo nombre, de blanca arena y aguas cristalinas.
La experiencia de conocer de primera mano esta reserva natural, donde caminamos entre zonas húmedas e inundadas, pastos, manglares y la costa, nos reafirma la importancia de su conservación, pues estos lugares cumplen una función bien importante en la defensa de la costa, de eventos atmosféricos y en la limpieza y purificación de las aguas que vienen montaña arriba y que desembocan en el mar, además de ser habitáculo para una gran cantidad de especies residentes y migratorias.
Como madre educadora en el hogar y comunicadora, vivir estas experiencias de inmersión con la naturaleza, ayudan a transmitir mejor la información a los demás, y también a recibir muchas energías positivas de esa naturaleza que nos sirve con su presencia. Si deseas vivir esta experiencia, del humedal a la costa en la Hacienda La Esperanza, en Manatí, llama al 787-722-5882 y haz tu reservación.