Por José Israel Cruz

Colaboración especial para Atabey

En septiembre del año pasado, a la edad de 17 años, fui a vivir a un pueblo situado en las llanuras de la sabana africana en Senegal. Viví allá por siete meses. Me sumergí en una cultura distinta, aprendí dos idiomas, trabajé en tres escuelas, fui el hermano mayor de cuatro niños pequeños… En fin, hice (y me pasó) un poquito de todo.

Fui a Senegal como miembro del programa Global Citizen Year, una organización que lleva a jóvenes emprendedores a vivir y trabajar en países sub-desarrollados, en lo que se llama un “bridge-year” (año transicional) justo antes de comenzar la universidad. Este año transicional permite que los jóvenes adquieran las experiencias profesionales y personales necesarias para entender mejor cómo contribuir a la economía global de una manera responsable y respetable.

José Israel con su familia de Senegal. (foto www.globalcitizenyear.org)

José Israel con su familia de Senegal. (foto www.globalcitizenyear.org)

En cada uno de mis retos y logros en Senegal había una lección muy valiosa: el significado de ser un ciudadano global. El concepto de ciudadanía global implica mucho, pero quisiera dejarles con una definición simple. Pero antes de dar esa definición, volvamos un momento a Senegal.

Uno de mis proyectos en Senegal fue realizar una investigación sobre el uso de bolsas plásticas en los mercados locales de Thiadiaye, motivado por la cantidad incalculable de basura—en su mayoría plástica— que se amontonaba por el pueblo. Thiadiaye, como muchos pueblos en países sub-desarrollados, no puede manejar su basura. Si tomamos por cierto el estimado de que la producción de desechos mundiales se triplicará para finales del siglo (mayormente en áreas pobres), debemos comprender que la basura se ha convertido inadvertidamente en uno de los problemas ambientales más serios, pero menos atendidos, de la humanidad.

José Israel, a la izquierda con camisa amarilla, junto a un grupo de compañeros pertenecientes al programa, en St. Louis, Senegal. (foto suministrada)

José Israel, a la izquierda con camisa amarilla, junto a un grupo de compañeros pertenecientes al programa, en St. Louis, Senegal. (foto suministrada)

La basura en Thiadiaye me impulsó a actuar; sentí la necesidad de ayudar a esta comunidad con su problema de desperdicios plásticos. Cuando regresé a Puerto Rico, me pregunté por qué nunca había tomado la misma iniciativa en mi propio país. Puerto Rico produce alrededor de 5.5 libras de basura por persona por día, una de las tazas de producción de basura más altas del mundo. Y aunque esta basura no termina en un vertedero en Thiadiaye, tampoco desaparece. El 86% de la basura en Puerto Rico llega a algún vertedero. El problema de basura en Puerto Rico es peor que el de Senegal. Entre aquí y allá, hoy y mañana, el vertedero comunitario de Thiadiaye y el vertedero municipal de Toa Baja, el problema es el mismo. La única diferencia es que en Puerto Rico hay un sistema de recogido de basura que nos quita el problema de los ojos.

La contaminación ambiental forma parte de la lista de actividades humanas que amenazan el balance de la naturaleza y que han causado una extinción masiva de especies en los últimos tres siglos. Los efectos de estas actividades ya se sienten en las partes más pobres del mundo, pero la aparente lentitud de su progreso en el Occidente y nuestra incapacidad de reconocer la interconexión de todo nos ha dejado entumecidos, ciegos a la amenaza que esto implica. Por lo tanto, una perspectiva adecuada de los problemas de este mundo globalizado es necesaria porque nos abre los ojos a ciertas verdades que afectan nuestro diario vivir. Hasta ahora, diversos factores nos han permitido ignorar —o incluso olvidar— estas verdades, pero esto no durará para siempre. Ante los retos que la humanidad entera enfrentará, necesitaremos cambiar extraordinariamente nuestra manera de percibir el mundo.

José Israel junto a uno de sus hermanitos en Senegal.

José Israel junto a uno de sus hermanitos en Senegal.

Cada ser viviente, incluyéndonos a nosotros mismos y a las generaciones futuras, se verá afectado. Es tiempo de que todos reaccionemos, porque el problema nos afecta a todos. Necesitamos una perspectiva global.

Habiendo utilizado los retos ambientales como ejemplo, concretemos la definición de un ciudadano global y su deber. Ser un ciudadano global significa entender que no existen ‘ellos’, sólo ‘nosotros’ y dejar que ese entendimiento transforme positivamente nuestra manera de vivir.

Un ciudadano global piensa globalmente, pero actúa localmente y demuestra interés por los problemas de los demás porque entiende que esos problemas también le afectan de una manera u otra. En la crisis ambiental en la cual nos encontramos, tenemos que aprender a vivir de esta manera. Debemos ser capaces de ver propósito en los problemas de otros lugares del mundo y promover la empatía como nunca antes, de manera que se proyecte al futuro de cada ser viviente. Esta nueva perspectiva de nuestro rol en la sociedad es necesaria para el bien de todos; agradezco inmensamente el que organizaciones como Global Citizen Year nos ayuden a comprender esa realidad.

Esta es la gran lección de mi año en Senegal: en la medida en que dejé de ver a mi país como una isla y empecé a verlo como un elemento integral de este enorme ecosistema llamado mundo, comprendí que cualquiera de mis acciones, por pequeña que sea, afectará de manera positiva o negativa al planeta. La elección de hacer lo correcto está en mis manos… y en las tuyas. Global Citizen Year es un programa para jóvenes recién graduados de la escuela secundaria. Aprende más en www.globalcitizenyear.org y lee más sobre la experiencia de José en: www.globalcitizenyear.org/author/israel-jose-pr.