Por Javier Sierra
El hijo de 5 años de edad de Rosa Perea vive una vida asfixiante. Si no toma sus medicamentos o si el aire está demasiado contaminado, puede acabar en la sala de emergencias con un ataque de asma.
Perea, directora del Centro Comunitario Juan Diego de South Chicago, vive esta tragedia no sólo en su hogar si no en su trabajo también. El Centro es una clínica que el año pasado sirvió a 19,000 pacientes.
Perea y su equipo de voluntarios constituyen la vanguardia de una lucha diaria contra un enemigo implacable llamado contaminación. Y su arma más eficaz es la prevención.
«Nos aseguramos de advertir a la gente que vigilen a los niños asmáticos los días de aire muy seco, o cuando no se riegan las cenizas frías de carbón. Los niños no pueden respirar ese aire», advierte Perea, quien vive y trabaja rodeada de varias plantas de combustión de carbón.
«La mayoría de la gente piensa que este barrio es un lugar industrial, y nadie realmente hace preguntas cuando se muda aquí un nuevo contaminador», se lamenta Perea. «Las grandes compañías que tiene poder se aprovechan de esto».
El componente más peligroso de este cóctel de contaminantes es el smog, un gas venenoso formado por la combustión de combustibles fósiles y el calor del verano. El smog actúa como un agente corrosivo que daña los tejidos de los pulmones, reduce la capacidad pulmonar y eleva el riesgo de ataques al corazón.
Pero este enemigo se ceba con especial intensidad en la comunidad hispana. Casi la mitad de nosotros vivimos en lugares donde los niveles de smog exceden los límites de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA).
Es la EPA, precisamente, quien debe aliviar esta crisis nacional. Pero la agencia lleva ya meses de retraso en adoptar un estándar más estricto contra el smog.
En enero de 2010 propuso tal mejora, la cual evitaría 17,000 muertes prematuras, 120,000 ataques de asma infantil y nos ahorraría a todos $100,000 millones. Pero en diciembre la EPA retrasó su puesta en práctica y encargó a una comisión de científicos determinar si dicho estándar era recomendable. Así lo hicieron y en julio la EPA debe implementarlo.
Pero tanto retraso ha desatado encendidas críticas contra la agencia. Y la más reciente fue una carta al Presidente Obama firmada por 14 grupos hispanos de todo el país en la que le urgen a adoptar el estándar más estricto, conocido como 60-70 ppb (partes por mil millones).
«La comunidad latina ha confrontado muchos retos en los últimos años», dice la carta. «Con vidas en peligro, esperamos no ver un nuevo empeoramiento si las industrias contaminadoras logran bloquear los esfuerzos de la EPA de protegernos contra el smog».
«Realmente espero que la administración Obama no renuncie al estándar de 60-70 ppb», me dijo Juan Parras, director ejecutivo de Servicios de Apoyo a la Justicia Medioambiental de Texas, uno de los 14 signatarios de la carta. «Si el estándar no se aprueba ahora, pasará mucho tiempo hasta que se haga algo sustancial contra esta amenaza a la salud pública».
En 2008, la administración Bush desaprovechó una magnífica oportunidad de salvar miles de vidas y miles de millones de dólares en costos médicos, y finalmente, complaciendo a los contaminadores del país, se contentó con establecer el estándar más débil.
Ahora tenemos una ocasión histórica para acabar con nuestra dependencia de combustibles fósiles, fomentando el crecimiento de las energías limpias y renovables, como la solar y la eólica, que no amenazan la salud de nadie y prometen la creación de millones de empleos.
Está en las manos de la EPA que el hijo de Rosa Perea y cientos de miles de niños hispanos se libren de la cruel mordaza del asma.
Javier Sierra es columnista del Sierra Club. Sígale en Twitter @javier_sc.