Por Javier Sierra
En la montaña rusa de los precios de los combustibles, estamos llegando a una nueva cúspide, mientras nuestras billeteras lloran, especialmente las billeteras hispanas.
Según un estudio del Center for American Progres (CAP), el 72% de los hogares hispanos está sufriendo penurias, y el 41%, graves penurias, debido al encarecimiento de la gasolina.
Pero esta vez, las lamentaciones en su mayor parte no llegan de los sufridos consumidores. Las lágrimas vienen de la industria petrolera.
Durante años esta industria ha exigido que se abran más costas y terrenos públicos a sus explotaciones a cambio de dudosas promesas de lograr nuestra independencia energética y abaratar los combustibles. Sus deseos, más que nunca, se han visto complacidos por políticos sumisos y adictos a las contribuciones de la industria más rica y poderosa del mundo.
Pese a que el consumo interior ha descendido, jamás antes en los últimos ocho años se había extraído más petróleo de más pozos.
Entonces, ¿por qué se han disparado de nuevo los precios de la gasolina?
La respuesta en parte es pura aritmética. Estados Unidos consume el 20% de la producción petrolera mundial, pero sólo tenemos el 2% de las reservas del planeta. Es imposible salir de este agujero con sólo seguir perforando.
Además en 2011, las exportaciones de hidrocarburos, incluyendo crudo procedente de terrenos públicos, superaron a las importaciones por primera vez desde 1949. Según Bloomberg News, estas exportaciones se duplicarán para 2015, a unos 450,000 barriles diarios.
La codicia de esta industria, asimismo, parece ilimitada. En 2011, las cinco mayores petroleras generaron en Estados Unidos $135,000 millones en ganancias limpias. El producto interior bruto de muy pocos países del mundo supera esta cifra estratosférica.
Pero el mayor escándalo es que las petroleras siguen recibiendo $4,000 millones en subsidios anuales. Uno diría que tras más de un siglo en funcionamiento, esta industria ya no necesita la mamadera federal para sobrevivir. Pero su poder en el Congreso es formidable. El mes pasado, un intento de acabar con $25,000 millones en favores fiscales para las petroleras fue derrotado por 47 senadores que en total han recibido de ellas más de $23 millones en donaciones electorales.
La codicia de los especuladores también cuenta. Según la US Commodity Futures Trading Commission, el trapicheo en los mercados de valores puede encarecer un barril de petróleo en más de $23. Por cada $10 que se encarece un barril, el galón de gasolina aumenta en 23 centavos, y por cada centavo que se encarece la gasolina, las petroleras aumentan sus ganancias en $200 millones.
Aún así, los aliados de las petroleras en el Congreso siguen culpando al Presidente Obama de este nuevo encarecimiento. Quizá sean esas lágrimas de cocodrilo las que no les dejan ver la realidad. Para acabar con nuestra adicción petrolera a corto plazo debemos acabar con las exportaciones procedentes de terrenos públicos, terminar los subsidios y limitar la especulación excesiva en los mercados.
A largo plazo hay que enfatizar aún más los avances en la eficacia de carros y camiones, mejorar las opciones de transporte público e invertir los subsidios petroleros en optimar las fuentes de energía limpia y renovable.
El estudio de CAP nos dice que el consumidor hispano, sobre todo en California, apoya abrumadoramente estas soluciones.
Mientras tanto, al tanque de las excusas petroleras se le está acabando la reserva.
Javier Sierra es columnista del Sierra Club. Sígale en Twitter @javier_sc.